CARTA ABIERTA A LA SRA. CRISTINA FERNÁNDEZ VDA. DE KIRCHNER
Señora, respetuosamente le presento mis condolencias.
La muerte de su esposo la ha colocado en ese estado civil detestable:
“VIUDA”.
Horrible palabra.
Suena a despojo, a lejanía, a abandono, a olvido... a soledad.
Al verla erguida ante el ataúd cerrado de ese “hombre difícil”, que fuera “el compañero de su vida”, según sus propias palabras hace muy pocos días.
Al verla rodeada de ese cortejo omnipotente que era de él y ahora será suyo.
Al ver esa multitud vociferante, que sin el menor decoro gritaba consignas, esgrimía amenazas, turbaba con palabras soeces la PAZ de la muerte.
Al ver a los hasta ayer detractores del difunto, transformados en los más elocuentes defensores de sus virtudes cívicas y humanas.
Al ver tanta hipocresía.
Al ver tanta mentira.
Al ver tanta falsía...
Flanqueada por la presencia pétrea de los que usted denominara “PATRIOTAS LATINOAMERICANOS”, a su espalda la mirada socarrona del “CHE”, a un lado el postrer saludo conciliador del “VIEJO LEÓN HERBÍVORO”...
SEÑORA... LA COMPADECÍ.
Seguramente en su cabeza de mujer inteligente y capaz, apareció la palabreja: VIUDA... con todas sus connotaciones, despojo, lejanía, abandono, olvido, soledad...
El despojo desgarrador de su estado civil “casada”, que se llevaba gran parte de su personalidad impetuosa y atropelladora.
Una lejanía irreversible de aquello que fuera su mundo y que ahora se le ofrecía complejo, desconocido, peligroso...
Abandonada, en el peor de los abandonos, el que padecen los observados, los envidiados los resistidos, los adulados...
Olvidada para ser recordada en el oportunismo o la conveniencia, o la agachada, o la emboscada, o la trampa…
Y... sola. Absolutamente sola. Irremediablemente sola. Sola en la más profunda soledad. Sola en “LA SOLEDAD DEL PODER”.
Y, LA COMPADECÍ.
Porque cuando la desconfianza la altere, cuando el miedo la acorrale, cuando las decisiones le pertenezcan, cuando reconozca sus errores, cuando su firma valga más que la verdad, cuando no sepa qué hacer y lo que haga lo haga mal, cuando acierte, cuando se equivoque, cuando llore y cuando ría, cuando la aconsejen o la engañen, Señora, va a estar sola.
Sola en la más sola de las soledades.
LA SOLEDAD DEL PODER.
Ayer, al ver tanta impudicia en un pueblo que confundió el dolor con la venganza, en una clase dirigente que se prostituye por un lugar, en unos medios de comunicación mutables según el mandamás, en unos “giles” que se avivaron, a usted NO LA VI...
La ocultaban sus grandes gafas oscuras, junto a un ataúd cerrado, que encerraba el secreto del pasado.
Sin cruz ni espada.
Sólo un bastón malabarista y un pañuelo que no sirvió para enjugar amor sino odio, una bandera escurridiza y un hombre desnudo dando cuentas a DIOS…
Y... LA COMPADECÍ.
Pasarían por su mente los momentos felices y los no tanto, las lecciones de la historia siempre alternadas la guillotina y el trono, los millones de argentinos que la empujan en la responsabilidad del deber, las ideologías amparadas por la obsecuencia, el mandato irreprimible del BIEN COMÚN.
El martirio, el calvario, la GLORIA o la soledad más sola de las soledades, LA SOLEDAD DEL PODER.
No sé si pensó en la PATRIA, que no es este país manoseado por intereses internacionales, no es esta Nación vacilante en un camino erróneo, no es este Estado corrupto.
La Patria es aquel pedacito de tierra lejano y frío, propio por la más verdadera propiedad que es la de la sangre, silencioso, sereno, elevado en cruces, protegido por la SANTÍSIMA VIRGEN, refugio de los verdaderamente grandes, féretros abiertos con orgullo al mundo. DEBER y VALOR.
LEALTAD Y HUMILDAD. AMOR Y TEMPLANZA.
En la PATRIA no hay soledades. Abríguese en ella.
Señora, respetuosamente, reciba mis condolencias.
María Delicia Rearte de Giachino
DNI 1605228
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